martes, octubre 18, 2005

Cataluña, el difícil cálculo de la derecha

La derecha española tiene un grave problema, que radica precisamente en ese binomio: además de derecha, es española, y sólo está dispuesta a aceptar una idea de España, lo que le enfrenta con cualesquiera otras derechas situadas en la periferia y tan enamoradas de su patria chica como lo pueda estar el PP de su patria, grande o chica según se mire. El enfrentamiento entre las derechas, o si se prefiere entre los centros reformistas, no tiene por qué ser la tónica habitual. De hecho, el primer grupo que ha incluido a una formación turca en la vida política del Viejo Continente ha sido el Partido Popular Europeo, quizá porque en este caso no está en juego la integridad del territorio, sino sólo las cuestiones ideológicas. Y no hay lugar a la confrontación: recetas neoliberales en lo económico, y más o menos castrantes en lo social. Les distancia la fe, pero no hay fe mayoritaria que no haya sucumbido, a lo largo de la historia, a los jugos de estos o aquellos intereses, digan lo que digan los obispos y los prelados del Opus Dei.

Los titulares de los principales medios afines al Partido Popular se han lanzado a la caza de Maragall ante la nefasta gestión del President en su intento de remodelar el Gobierno. El ascenso de su hermano Ernest es, además de un nepotismo potencial en toda regla, un error de imagen y de cálculo político infumable por completo. Pero Carlos Carnicero recordaba ayer, en el programa de TVE "59 segundos", con total pertinencia y sin la pasión que le caracteriza, que la única alternativa al tripartito en Cataluña, hoy por hoy, y es presumible que a largo plazo, es una coalición nacionalista. Si tenemos en cuenta que, razones electorales aparte, las apuestas de la CiU de Mas trataban de rebasar al Estatut por el flanco independentista, cabe preguntar a los agitadores con púlpito de la derecha española: ¿es eso lo que buscan? Desde un punto de vista de racionalidad política y estabilidad institucional, alentar una moción de censura planteada desde CiU no deja de ser una irresponsabilidad sobre la que el tiempo pasará factura. Pero de una u otra manera, a la derecha española, que es española además de derecha, le va a resultar difícil influir en la política catalana más allá de la consigna fácil y la propaganda del terror a la fragmentación de España.

La grandeza o la pequeñez de una patria se mide no por la fiereza con la que defiende su integridad territorial, sino por la cintura que demuestre a los retos que se le planteen. De la capacidad de Zapatero dependerá que pase a la historia como un estadista o como un líder acobardado, pero los populares deberán incluir también en sus cálculos hasta que punto es acertado boicotear por definición toda deliberación en torno al Estatut. Si de verdad apuestan por España como una patria grande, su misión primordial es participar en lugar de inhibirse. Porque lo contrario, el ruido de los sables acompañado de palabras ardientes, nunca ha sido un ejemplo de virtud política, y difícilmente lo será algún día.

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