viernes, diciembre 30, 2005

Apestados

No tengo cuerpo hoy para contratitular. Saber que 6 de cada 10 españoles considera que hay demasiados inmigrantes, y que de media se percibe el doble de extranjeros de los que realmente hay (una percepción del 20% frente al 10% real), son suficientes malas noticias como para dejarle a uno el ánimo por los suelos. Tanta guerra por la palabra España, y después esa patria querida arroja visiones de este tipo, antesala del racismo. Por otra parte, los datos revelan que, como señala El País en su segunda de portada, también los españoles piden más derechos para los inmigrantes. Ningún diario de los editados en Madrid miente hoy. Cada cual señala la parte de la encuesta que más le conviene: el filofascismo de La Razón carga contra el "exceso" de inmigración; el populismo de El Mundo repara en las razones para expulsar al inmigrante; el conservadurismo de ABC le lleva a fijarse en el deterioro de la situación política; y el barniz socialdemócrata de El País le lleva a resaltar los aspectos más favorables de la encuesta para con la población inmigrante.

Me gustaría opinar sobre el asunto, alegando y explicando por qué, desde mi punto de vista, aquellos que alientan determinadas conductas excluyentes son quienes después las comentan, a la primera de cambio. Reclaman un "¿veis cómo tenía razón?". Es fácil insultar, provocar, herir, molestar; quejarse a la vez del deterioro de las relaciones; y cuando las encuestas reflejan que la población se ha fijado en ello, reflejarlo en primera página. En fin, seguiría, pero este blog no es de opinión política, sino de crítica a la labor periodística. Y, como digo, hoy ningún diario miente. O mienten todos.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Según la estadística, la población española ha crecido en los últimos diez, quince años, de cuarenta millones de habitantes a cuarenta y tres, siendo que durante los anteriores veinte años, no había tenido ninguna variación apreciable, y que según voces agoreras posiblemente acertadas, crecerá en los próximos diez, quince años, hasta los cuarenta y ocho millones. Es como si una mano invisible, hubiera abierto una puerta imaginaria y una voz inaudible pero muy efectiva, hubiera anunciado que la entrada había quedado franca

¿Que ocurría hace diez o quince años? Que el precio de la mano de obra se había disparado de forma exagerada, para poder competir con los productos foráneos.

Resultado real desde el punto de vista humano, tres millones de inmigrantes ahora y cinco más dentro de unos años, están y estarán padeciendo en mayor o menos grado unas condiciones de vida, de trabajo y de desarraigo, muy difíciles. Un sector de la población autóctona (quizás del cincuenta por ciento), se siente y se sentirá, amenazado por esa “invasión”, que no ha provocado ni entiende, por lo que creo que es natural que la gente se manifieste en contra.

¿Qué ocurre ahora? Que el precio de la mano de obra, cotejado con diez o quince años atrás, ha bajado a niveles subterráneos, si tenemos en cuenta el aumento del costo de la vida, que se acerca a un diez por ciento anual. Un liberal neo conservador me dirá que la economía va mucho mejor que en aquellos años, y seguramente tendrá razón.

No te preocupes, en todas las tertulias donde suelto mi teoría sobre este tema, me dicen que estoy equivocado, tirando un poco a ido, tú también puedes.

Alfonso Piñeiro dijo...

Me confraternizo contigo, imagina. Yo defiendo que la única manera real de combatir el fenómeno de la inmigración ilegal (lo de masiva no es cierto a pesar de las apariencias) es eliminar las trabas de acceso. Quizá es tan drástico como aquello de "muerto el perro se acabó la rabia". Pero en verdad, eliminadas las fronteras de la legalidad, eliminado el bloqueo a la libertad de movimientos, se echar por los suelos el sentido mismo del concepto "inmigrante". De iluminado para arriba, me llaman, cuando defiendo esto.

Alfonso Piñeiro dijo...

No, no, yo tampoco lo pienso. Si me da la impresión que está cargadísimo de razón. Y a su reflexión añadí la idea de que el mismo concepto de "inmigrante" está ligado a la idea de fronteras. Fronteras que van más allá de las físicas, fronteras que forman parte del imaginario. Sigo sin entender qué diferencia hay entre que un señor o señora de Cádiz trabaje en Segovia y un señor o señora de Fez trabaje en Madrid; ni la diferencia entre que alguien de Salamanca trabaje en Valenia y alguien de Bogotá trabaje en Cáceres. ¿Qué viene de fuera? Ya, pero, ¿de cuánto fuera? ¿Cuál es el límite de "fuerismo" que se necesita? ¿El del propio país? Pues vaya bobaliconada en estos tiempos.